Desde niño he tenido contacto con este hermoso animal. Conozco su anatomía: los he limpiado y acariciado y curado con pomadas y hasta inyectado calmantes. Conozco sus movimientos: desde niño los he paseado y trotado y galopado y los hice saltar y hacer piruetas. Y, sin embargo, esa familiaridad no me hizo perder el respeto que le tengo a tan noble animal. Por su personalidad, por su belleza, por su entrega, por su docilidad, por su afable respuesta a los buenos tratos…

Contemplo su belleza, a veces en la quietud de su éxtasis cuando fija su mirada en algo que le llama la atención, o en sus variados y armónicos movimientos.

Y le doy gracias a Dios por haber creado tan insigne criatura.

Y le doy gracias a Dios porque me puso cerca de ellos desde temprana edad.